Así eran las prisiones para morosos en la Edad Media
Historias de la economía - Een podcast door elEconomista - Maandagen
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Aunque pueda parecer lo contrario, la morosidad no es un fenómeno reciente. Es más antigua incluso que el propio dinero, ya que hasta en la época del trueque y el intercambio de bienes, cuyo pago en ocasiones se aplazaba, ya se producían situaciones de impagos de deudas. Lo que ha evolucionado en este tiempo es la forma de tratar a dichos morosos. En aquellos tiempos pretéritos, las normas más primitivas, o incluso la inexistencia de las mismas, provocaban que estos conflictos acabasen resolviéndose por medio de la violencia, llegando en muchas ocasiones a provocar la muerte del moroso si no podía afrontar sus deudas. Con el paso del tiempo, las condenas por delitos de morosidad fueron evolucionando y humanizándose. En la Antigua Roma, podías acabar esclavizado para saldar una deuda pendiente. Más adelante, a los morosos se les humillaba en público para señalarlos y avergonzarles. El punto álgido de la persecución a los morosos quizá se alcanzase entre la Edad Media y la segunda mitad del siglo XIX, cuando se extendieron por Europa las llamadas prisiones para deudores. En ellas eran encerrados los morosos condenado y, en ocasiones, se fijaba un tiempo de estancia, aunque lo más normal era que los reos solo lograsen la libertad tras cancelar su deuda. El objetivo de estas condenas no era tanto hacer cumplir al sancionado con la obligación de pagar, sino presionarle para que acabase revelando bienes que tuviera ocultos o escondidos. En Europa fueron conocidas las prisiones para deudores de Alemania, que usaban este castigo como método para obligar a que pagasen y, en otras ocasiones, para que no pudiesen huir, y asegurar así su asistencia al juicio contra ellos. Llegar a este punto era muy deshonroso para el deudor. También en Países Bajos cobraron gran importancia estas edificaciones. Allí podían acabar los morosos que se negaban a comparecer en juicio, o los que no pagaban sus multas o deudas. Además, el paso por estas prisiones de deudores no cancelaba la cantidad debida ni sus correspondientes intereses. Malta o Grecia son otros países que también contaban con este tipo de cárceles. Pero las más famosas e importantes de Europa fueron las británicas. Entre los siglos XVIII y XIX, más de 10.000 personas eran detenidas cada año por culpa de la morosidad. Y como en tantos y tantos aspectos de la vida, dentro y fuera de la cárcel, los humildes lo tenían más complicado que los miembros de familias más pudientes. A los pobres, aunque estuvieran condenados por deudas míseras, les era imposible saldarlas y muchos acababan muriendo en prisión. Además, al ser una carga para los guardianes, que no tenían forma de aprovecharse de ellos, eran tratados con brutalidad. La única opción para ellos era la caridad. Para ello, se habilitaba en estas prisiones de deudores una habitación, con una reja que daba a la calle, a través de la cual podían pedir limosna a los transeúntes. Las condiciones eran algo mejores para los encarcelados bien posicionados a nivel económico, ya que muchos sobornaban a los guardias que, debido a sus bajos salarios, estaban abiertos a este tipo de acuerdos. Además, a estos acaudalados se les permitía recibir visitas e incluso hacer negocios, lo que aumentaba las opciones para saldar la deuda y conseguir la ansiada libertad. Las mujeres lograban mantener activos burdeles si sobornaban a los guardias. En algunas prisiones, como la famosa Fleet Prison de Londres, hasta les permitían vivir fuera de la cárcel, en las calles cercanas. Sin embargo, hasta para los más afortunados, la vida en estas prisiones estaba lejos de ser ideal. Lo contaba en una carta enviada a un amigo Samuel Byron, hijo del famoso escritor, allá por 1826. "¡Qué barbaridad puede ser mayor...